Bombas

Bombas
Dichas por:
Jassiel Hurtado Lopéz
Estudiante de 4° 

Bomba ayer pase por tu casa me tiraste un limón ya no tires otro porque me hiciste un chichón.
Uyuyuy bajura

Bomba la cinta para que sea cinta no necesita dos colores y el hombre para que sea hombre no necesita dos amores.
Uyuyuy bajura

Bomba del cielo cayo un pañuelo bordado de hilo negro y en cada esquina decía tu papá será mi suegro.
Uyuyuy bajura

                                              Trabalenguas.

Pancha pancha con cuatro plancha cuanto plancha  pancha pancha.

17 comentarios:

  1. De parte de Mau y Chris, muy buenas bombas están geniales :D

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  2. Bomba: ayer pase por tu casa me tiraste una chancleta me la comí pensando que era una chuleta

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  3. La leyenda de la piedra del encanto
    Peñas arriba después de cruzar los tres ríos, que le dieron nombre al pueblo, en las laderas cubiertas de cafetales, breñones y bosques, se encuentran varias piedras de gran tamaño, superpuestas unas sobre otras como travesuras de gigante. Las irregularidades de las rocas forman una cueva, donde la imaginación popular se ha entretenido en crear seres fantásticos con extraños poderes. Además, se tejió una hermosa leyenda de amor entre una bella mujer descendiente de españoles, y un indio de sangre real, pues era hijo de caciques.
    Hablamos de la Piedra del Encanto en el Cerro de La Carpintera, Tres Ríos o La Unión. Pero no es una piedra, sino varias -como ya anotamos- las que forman el conjunto, que hoy día se encuentra al final de un trillo enmontado, y más o menos a la mitad de La Carpintera. Arboles de regular tamaño sombrean el lugar por donde se desliza, pequeño y claro, un yurro o riachuelo.
    La leyenda romántica está asociada con los indígenas, que Tres Ríos fue tierra de indios. Y cuando las circunstancias la despoblaron, el Gobernador español de turno se encargó de volver a plantar la piel aborigen trasplantada desde Talamanca. Se dice que si usted visita la piedra y se sienta por allí a descansar, de inmediato desfila por su mente la vieja historia. Cuenta esta narración que don Pánfilo Aguilar, viejo cartago, su señora y sus tres hijos, rumbearon a Tres Ríos en busca de mejores tierras. Eran los tiempos heroicos de la colonia.
    En las cercanías del Tiribí construyó don Pánfilo su rancho y poco a poco crecieron las sementeras y aumentó el hato. Los hijos fueron hombres trabajadores y valerosos y la muchacha -que eran dos varones y una mujer-la más bella criatura” que ojos humanos vieron”. Los viajes domingueros de don Pánfilo y familia a Cartago, por la ruta de Coris, sólo servían para que los otros metropolitanos se extasiaran con aquel ángel de los Tres Ríos; y vestida de ángel, precisamente, salió en una semana santa la niña Catalina, que este era el nombre de la muchacha. Pero a pesar de que más de un mancebo cartago puso en ella sus ojos y el fuego de su corazón, los latidos en el pecho de la Aguilar andaban por otros rumbos, ya que era íntima amiga de Seve y Mequeche, los hijos de un cacique que habitaba por los predios cercanos a La Carpintera, Ulatava.
    Poco a poco se estrechó la amistad entre Catalina y Mequeche, especialmente cuando el joven indio aprendió todos los secretos de los grandes de su tribu y Catalina veía en él al héroe de sus sueños. Pero esta amistad, que terminó en un gran amor, fue motivo de alarma para la familia del viejo español. Hubo consejo de familia y finalmente se adoptó una decisión: trasladar a Catalina a Cartago, para alejarla del indígena. Ante esta situación, una voz le dijo al muchacho: “Roba a tu amada”. Así lo hizo, con la complacencia de Catalina. Cuando los Aguilar se dieron cuenta de la desaparición de su hija, movieron cielo y tierra para encontrarla. “Tal vez esté en la cueva de la montaña”, arguyó un muchacho. Y todos se fueron hacia una enorme cueva que había en La Carpintera. Pero resultó que en vez de la cueva encontraron las piedras de que hablábamos al comienzo de esta nota. Solamente se veía una cueva muy pequeña y una hendidura. “Todas las esperanzas de encontrar a Mequeche y Catalina se desvanecieron y aseguran los enamorados que visitan la piedra en noches de luna llena, que sobre ella se ve a una joven de cabellos rubios que acaricia a un joven moreno, desnudo hasta la cintura y adornado con sus armas de caza”. Tal la leyenda

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  4. TRABALENGUAS: pancha aplancha con 7 planchas con cuantas planchas aplancha pancha.

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  5. Bomba yo quiero tener suegra pero no tengo paciencia mejor sigo solterito que viva la independencia

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  6. Pancha plancha con siete planchas con cuantas planchas pancha plancha

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  7. Bomba: ayer pase por tu casa me tiraste un limón el limón callo en el suelo y el sumo en mi corazón

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  8. .
    Había un niño que era tan feo pero tan feo que para contentarse fue al teléfono público y decía quién es el chico más guapo y decía tútútútútú

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  9. Una bomba: quiero tener suegra pero no tengo paciencia mejor sigo solterito que viva la independencia

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  10. Bomba ayer pase por tu casa me tiraste una flor cuando la vuelvas a tirar no la tires con maseta.

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  11. Un poema: mi mamá es una rosa ,mi papá es un clavel yo soy un botoncito que acaba de naser.

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  12. Bomba: No me gusta la cebolla tampoco la remolacha sino vengo por su tata sino por la muchacha.

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  13. Un poema: mi mamá es una rosa ,mi papá es un clavel yo soy un botoncito que acaba de naser.

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  14. bomba: del cielo callo un payaso pin pon que bonbaso.

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  15. La leyenda del Irazú
    La luna llena plateaba la noche repleta de calma. Sentada a la orilla de un perezoso riachuelo, una pareja de enamorados conversaba quedamente. Ella frágil, esbelta y dulce, hija del cacique. El fsicj ágil, alto y fuerte, renombrado cazador y temido guerrero. La luna, testigo de su cariño, conocía de sus planes, de su constancia, zozobras y amoríos. Miraban plácidamente la inmensidad del cielo, con las manos entrelazadas, prometiéndose amor eterno, escuchando el bullicio silencioso de la plácida noche. Súbitamente, el silencio se interrumpió al crujir dolorosamente una rama seca que se quebraba. El guerrero de un salto se puso en pie con el filoso puñal desenfundado pero… el inquietante ruido no se repitió más, la armoniosa calma continuó. Una suave brisa transportaba el perfume de las fragantes flores silvestres.
    La aldea, con sus pequeñas y numerosas chozas, con su imponente palenque y su majestuoso templo al Dios Sol, permanecía despierta. En las chozas, grupos familiares conversaban y reían al calor de los chispeantes fogones. En el templo, solemne silencio llenaba todos los rincones, la estatua de piedra erigida al Sol reflejaba, inconstantemente, las rojizas llamas de la tea permanente encendida en su honor.
    En el palenque, los principales de la tribu oían, entre olores a carne asada y chicha de maíz, leyendas de los héroes del lugar, contadas cadenciosamente por un anguloso servidor del templo del Sol, quien, con mano hábil, golpeaba un tosco tambor que resonaba con furia cuando el relato se refería a momentos de peligro o heroísmo. El viejo cacique, sentado en sitio preferente, escuchaba con atención. Su rostro, cruzado por profundos surcos de experiencia, brillaba como si fuera de bronce, iluminado por las amarillentas llamas del fogón expresando intensa serenidad.
    Como un felino entra en su cueva cuando no lo amenaza peligro alguno, así entró, arrogante y silencioso, el gran sacerdote al palenque. Paso a paso atravesó el lugar hasta acercarse al patriarcal jefe. Susurrante empezó su relato. Ninguno de los presentes oyó ni una palabra con claridad. El rostro del anciano, que reflejaba serenidad completa segundos antes, empezó a cambiar sucesiva y rápidamente de expresión.
    Las llamas, primitivos reflectores, iluminaban la transfiguración: disgusto… apatía… leve interés… profunda atención… sorpresa… tristeza… enojo… cólera… furia.
    El cacique lentamente se incorporó. El narrador automáticamente cortó su relato. El gran sacerdote, de ojos negros pequeñísimos y refulgentes, se apartó de su lado y el anciano, con paso lento pero firme, se dirigió hacia el templo.
    Ante el monumento al Sol, rasgando sus vestiduras clamó: Sol todopoderoso, oh Dios inmenso! Con profundo dolor vengo hoy, triste día, a pedirte clemencia para nosotros y castigo ejemplar para quien no supo obedecer tus inflexibles mandatos.

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